#284

"Quizá ya era hora de un cambio"

Hola hola~ ¿Qué les parece el nuevo diseño? Ya se que doy tremendo asco con las fonts, pero meh, a estas alturas con que se vea el título ya está bien hahaha, incluso estuve a punto de dejar el banner sin título alguno, pero en fin. Creo que no me quedó tan horrible.

¿Por qué verde? No lo se, simplemente me pareció un color bonito y adecuado al cambio. Lo poco que recuerdo de photoshop es la corrección selectiva y los cambios de matiz hahahahahaha~ pero como siempre, repito, las fuentes no son lo mío.

Pues había dejado un par de capítulos de mi nueva/vieja historia, pero no había escrito nada sobre mí por estos días. El cambio más señalado es que me cambié de casa, ahora vivo en un cuarto de estudiantes con mi amigo Tsuna (hola Tsuna). Vivo a una hora del trabajo pero aún así me ahorro muchísimo más dinero que viviendo con la familia (imagínense). Me alcanza para la renta, el transporte y la comida, y todavía debería sobrarme para comprar otras cosas e incluso tomar clases de japonés.

Por lo demás, pues el trabajo normal, de repente nos cargan muchísimo trabajo, pero por ejemplo hoy pudimos estar tranquilamente haciendo nuestras cosas, porque casi no había nada que hacer. He aquí el resultado de esa tarde tranquila hahahaha~

Como dije la vez pasada que cambié de diseño, no habrá cambios muy seguido. Ya no haré cambios por temporada y todo eso. Si llega algún premio o me regalan una skin, bienvenida sea, pero por mi parte, es demasiado trabajo y tardes de extremo aburrimiento hehehe~

En fin, esta entrada venía a ser más bien algo random que quería poner para dar bienvenida a la nueva entrada y tal, no por otra cosa~ así que los dejo por el momento.

DATOS RANDOM:
-Hoy he decidido que no habrá datos random (lo cual se contradice porque éste es un dato random) meeeeeh.

#283 THE REFLECTED #1

THE REFLECTED 
(Banner por Definir)

<<Prólogo

Capítulo 1

Era una tarde bastante cálida para ser finales de otoño. La mujer se había sentado en un banco frente a la escuela, mirando cómo jugaban los niños en su hora de recreo. No parecía estar haciendo nada extraño, estudiaba con una suave sonrisa los juegos y las risas, había dejado a un lado el libro que estaba leyendo, “Kafka en la Orilla”, de un autor japonés. Su cabello era muy largo, oscuro, y estaba recogido en una trenza al lado derecho de su nuca. Su ojo derecho estaba cubierto por su flequillo, pero su ojo izquierdo mostraba un hermoso color miel ambarino. Llevaba puesto un suéter ligero de color gris y una falda larga de color café a juego con unas botas.

Algo a lo lejos captó su atención. Dos niñas jugaban a ser brujas. Fingían un duelo mágico. Una de ellas saltó y simuló estar volando y la otra la persiguió, corriendo ambas por todo el patio escolar. La mujer se levantó de la banca, guardó el libro en su bolsa y se acercó al portón de la escuela, observando fijamente a las niñas en su juego. Entonces sonó el timbre que marcaba el final del descanso. Todos los niños corrieron a sus lugares en la fila y clase por clase empezaron a entrar a los edificios para subir las escaleras hacia sus salones. La mujer susurró por lo bajo unas palabras.

Vio a las chicas moverse con la quinta fila. Una de ellas reparó en su presencia pero no dijo nada a su amiga. La mujer alzó la mano en un gesto de saludo y la pequeña se dio la vuelta de inmediato. Las dos se adentraron en la escuela. El trabajo estaba hecho.

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Otra vez ese sueño. Es siempre la misma mujer, me habla, me llama. Sólo puedo observar cómo se aleja, caminando de espaldas, hacia la oscuridad. Mis pies no se mueven, mis ojos empiezan a quedarse ciegos, y a lo lejos, los veo, sus ojos. Uno ámbar y el otro de un azul tan claro que parece ciego, sólo que su pupila se marca, definida y sana. Me insta a seguirla, pero mis pies no se despegan del suelo. Se lo digo y ella me contesta que no necesito los pies.

“Abre las alas”

Siempre despierto en ese momento. Ni antes, ni después. Y siempre queda esa sensación horrible de vacío, como si saber que volar es imposible llenase mi alma de rencor porque, en el fondo, mi mente recuerda haberlo hecho alguna vez, en tiempos muy lejanos y tierras más allá del entendimiento. Siempre fue difícil para mí explicar esa sensación.

Levanto mi cabeza. Toda la casa está en silencio, mi madre duerme. Me doy la vuelta en la cama y rebusco entre las sábanas mi celular para ver la hora. Marca las siete y veinte de la mañana, le he ganado al despertador. Me levanto y me miro al espejo. La misma melena castaña, los mismos ojos marrones, la misma piel pálida, la misma cara de cansancio. Voy al baño y me lavo los restos de delineador del día anterior, me desenredo el cabello y me cepillo los dientes. Luego voy a la cocina y me sirvo algo de cereal, desayunando en silencio, aún somnolienta y distraída.

Mi gato se acerca a mi, se restriega contra mi pierna y emite un maullido sordo y congestionado. Desde que lo recogimos en la calle ha tenido la garganta un poco tapada y cuando maúlla el sonido es más bien como “gwawhn” en vez del normal y corriente “miau”. Los vecinos no lo quieren porque es negro como la noche, y bastante grande y fornido para ser un gato casero, como una pequeña pantera. Dicen que les mata las plantas y acecha a su estúpido canario viejo, claro, como si Kuro comiese pajarracos escuálidos y roñosos. Lo cargo en mi regazo, a pesar de su enorme tamaño, siempre ha sido sorprendentemente ligero. Acaricio tras sus orejas y lo dejo dormitar mientras termino mi desayuno. Luego me levanto y él cae grácilmente en el suelo, tan grácilmente como un hipopótamo nadando de espaldas, pero es su estilo.

Vuelvo a mi habitación y decido qué ponerme. Pantalones tejanos marrones y una camiseta gris. Encima de ésta me pongo una sudadera azul con capucha que me queda grande. Me encanta la ropa grande, me siento más libre del algún modo. Vuelvo a mirarme al espejo y decido echarme algo de crema hidratante en la cara. Como siempre, me veo fantasmal. Tomo un adorno rojo para el cabello que alguna vez me regaló mi madre porque sí. Me lo pruebo un par de veces antes de desistir, definitivamente no es lo mío, así que lo dejo de nuevo en la cómoda y tomo mi mochila para salir de casa, o llegaré tarde al instituto.

Camino calle abajo y encuentro desierta la parada del autobús. Me siento en el banquito y espero un par de minutos mientras escucho música. El frío es intenso y me arrebujo lo más que puedo en mi sudadera, como un pollito buscando calor en el plumón de sus alas. Por alguna razón el autobús está llegando tarde. No es normal, pues son los primeros de la mañana y suelen ir vacíos, incluso llegan un poco antes del horario.

Me asomo a la calle, oteando a lo lejos por si veo el característico color amarillo, pero no se ve nada por culpa de la niebla. No es espesa, pero es suficiente como para entelar la visibilidad. Algo se mueve en la esquina, una sombra que me es familiar.

-Kuro, ¿qué haces aquí? -mi enorme gato negro me mira. Sus ojos se ven extraños, no son del mismo verde de siempre, son un poco ambarinos, pero lo achaco al modo en que las primeras luces matutinas pegan sobre el asfalto.- Vamos, te llevaré a casa, igualmente siento que hoy llegaré tarde…

Alargo mi mano hacia él y salta hacia atrás soltando un bufido, como si no me reconociera. Me aparto, algo sorprendida, y me pregunto si quizá no es mi gato, pero me mira de nuevo y maulla. Es inconfundible, es su voz de gato congestionado, tiene que ser él. Intento tocarlo de nuevo pero entonces sale corriendo. Grito con frustración y suelto la mochila para salir corriendo tras él. Me pregunto cómo habrá salido, pues las ventanas siempre están cerradas y estoy segura de haber cerrado la puerta al salir, vamos, que soy distraída pero no tonta. No pierdo de vista a Kuro, pero de algún modo siento que ya no estoy donde debería estar. Me detengo, de todos modos mi mascota acaba de desaparecer dentro de unos arbustos demasiado espesos.

Miro a mi alrededor y el pulso se me acelera. Definitivamente no conozco este lugar. Es parecido a una pradera en la colina, con césped verde, corto y bien cuidado. A lo lejos veo el mar y la brisa trae consigo su sutil fragancia fresca y algo pegajosa. Un árbol crece solitario en mitad del prado, tiene pequeñas flores blancas y huele a naranja. Ahora tras de mí están los susodichos arbustos, pero son altos y espesos, y no parece haber modo de rodearlos, pues hay un vallado metálico que se extiende más allá. Me muevo alrededor del vallado para buscar al gato dentro del lugar, pero entonces una mano me sujeta el hombro, provocándome un sobresalto que casi me hace manchar los pantalones. Ni siquiera he podido gritar.

Estoy apunto de hacerlo, pero cuando me giro se me hiela la sangre. Quien me mira al rostro, con una sonrisa y cara de diversión, soy yo. O por lo menos parece yo, pero definitivamente es como mirarse a un espejo. Va vestida con una camisa oriental sencilla, roja y larga, sin mangas, abierta en los muslos, con un pantalón corto negro debajo. Sus zapatos son planos, de color negro. Lleva parte de su cabello recogido con el mismo adorno carmesí que yo había dejado antes sobre mi tocador. Pero ni siquiera el hecho de que es igual a mi, o que esté utilizando mis cosas, me sorprende realmente, no, es otra cosa.

Sus alas.

Son alas negras, enormes. Nacen desde sus omóplatos y se extienden hasta por debajo de sus rodillas. Se ven muy suaves, brillantes, incluso un poco azuladas, como las de un cuervo. Parece haberse dado cuenta de que las observo, porque toma mi mano y la pone sobre éstas, para que las acaricie. Una sensación familiar me invade, la calidez empieza a llegar a mí, y por un momento puedo compararla con el mismo sol que asoma a lo lejos, con fuerza renovada. Estoy a punto de llorar.

Ella se aleja un par de pasos, no ha dejado de sonreír. Me mira y entonces se eleva. Lo hace sin esfuerzo alguno, sus alas se han abierto y con un simple batir la han arrancado del suelo y la han alzado unos cuantos metros por encima de mi cabeza. Empieza a llamarme y yo empiezo a correr tras ella. No entiendo cómo, pero también me estoy elevando. Aún así, cuando miro al suelo, mis pies siguen pegados a él. Pero no dejo de intentarlo, extiendo mi mano hacia esa chica que es igual a mi, intento saltar, sin dejar de correr colina abajo. A lo lejos, desde el mar, un sonido parecido a campanas llega a mis oídos. ¿Estaré muriendo? Si puedo volar en este instante, no me importa si es para morir.

Mis pies súbitamente se vuelven ligeros. No miro hacia ellos por temor a verlos pegados abajo y decepcionarme. Me extiendo hacia la chica, que aún vuela invitándome a seguirla, se está riendo de alegría y yo también quiero hacerlo. Nuestros dedos se rozan un instante, y entonces siento un golpe en el pecho. Un molesto sonido de campanas penetra mi cráneo como si lo estuviesen taladrando y un fuerte “gwawhn” se oye pegado a mi oído.

Abro los ojos y parpadeo, sorprendida. Mi corazón empieza a latir muy deprisa y doy un bote en la cama, buscando desesperadamente mi celular, que suena como loco por el despertador. Kuro sale disparado, enojado porque lo asusté y yo intento tranquilizarme.

¿Fue todo un sueño? La decepción me invade, siento que voy a llorar, que mi pecho está oprimido y que nunca lo podré liberar. Me froto los ojos con las manos, intentando desvanecer las lágrimas que me pican en la nariz. Me detengo cuando veo algo negro en las sábanas.

Son un montón de plumas, plumas negras, grandes. Me doy cuenta de que están por todas partes, incluso enredadas en mi cabello. Me destapo y bajo los pies de la cama, me sobresalto al sentir que he pisado algo. Al fijarme mejor me doy cuenta de que es el adorno rojo para el cabello. Mi corazón está desbocado, siento que si empiezo a respirar me va a dar un ataque de ansiedad, hiperventilaré y moriré. Algo en mi interior empieza a trabajar a mil por hora. Debajo del adorno hay un trozo de papel doblado varias veces. Al cogerlo del suelo noto que es parecido a un pergamino, está algo amarillento, y tiene algo escrito con tinta violeta.

“Me alegra que hayas Despertado. Te veré pronto”.

#282 THE REFLECTED #0

Buenas buenas~ Hoy vengo con algo que llevo desde 2006 queriendo sacar de mi cabeza. Es algo que solía imaginar de niña, cuando jugaba, al punto que empecé a tener sueños recurrentes y todo, y derivó en una historia que me pareció muy mágica y que hasta cierto punto caló en mí misma de un modo u otro. Les dejo el prólogo, si quieren leer más o les interesa en serio, no duden en comentar para darme apoyo moral, y quizá lo haga algo más serializado, ¿qué les parece? 

El título provisional es The Reflected. Espero que les guste. Aún no tengo banner de portada. Aún.

Prólogo

La oscura nube podía verse desde muy lejos en el cielo nocturno gracias a los destellos rojos y naranjas del fuego que lo provocaba. En los pueblos más alejados, los aldeanos se preguntaban qué podría estar pasando en la Gran Capital. El Palacio debía estar en grave peligro si algo había sucedido en la muralla. Cuán equivocados estaban al pensar que el conflicto se sucedía fuera de la seguridad de los grandes muros…

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-Debemos hacerlo rápido si queremos que sobrevivan las dos… él no podrá hacerlo si no las encuentra…

Un hombre alto de mediana edad observaba a una mujercita bastante rechoncha. Ambos llevaban cada uno un fardo en los brazos. Dos bebés que dormían profundamente, apenas arrugando sus naricitas debido a la luz de las llamas filtrándose por una claraboya.

-Lo se, pero si no funciona es posible que… quiero decir… sus padres ahora están muertos y ese hombre no se detendrá ante esto.

Un ruido lejano los sobresaltó a ambos. Los gritos sacudían las ventanas y poco a poco el silencio que perseguía a la muerte se propagaba por las salas del Palacio. Ambos personajes se pegaron a la pared del pasadizo que estaban recorriendo, aferrando a las pequeñas como si fueran a romperse con la brisa. Se dieron la vuelta y empezaron a caminar lo más deprisa posible por el camino marcado, un hechizo sencillo que sólo personas de absoluta confianza podrían ver, como ellos.

-Espero estar en lo cierto, la profecía aún podría cumplirse, y acabaríamos con el mal que nos está devastando.

-Si no lo estás, habremos roto las leyes del Destino, y de todas formas pereceremos todos.

Ambos callaron, el silencio que surgió sólo era interrumpido por sus pasos veloces. Giraron un par de veces y dejaron atrás algunos pasajes. Las catacumbas se iban adentrando en el subsuelo, como un laberinto, y el fino hilo dorado que mostraba el camino en el suelo era lo único que iluminaba la mirada de ambos fugitivos.

Tras lo que parecieron varias horas caminando, el hilo empezó a atenuarse, hasta perderse dentro de unas enormes puertas de madera labrada. Ambos se detuvieron frente al umbral y se miraron detenidamente antes de posar cada uno una mano en los picaportes dorados. Era un lugar oscuro, sin luz alguna. El hombre sacó de su bolsillo un pequeño encendedor de plata, vislumbrando a duras penas un altar tallado en piedra en medio de todo. Era lo único allí, ni siquiera las paredes tenían adornos o tallados. Era una enorme cueva y nada más.

-¿Estás seguro de que es lo que hay que hacer? Son tan pequeñas, y ni siquiera han “aflorado”, podríamos simplemente ocultarlas en el reino y…

-Si no las sacamos de aquí, él las encontrará, y sólo la Diosa Zahira sabe lo que les haría. Cuando sea el momento, la bruja las traerá de vuelta, y todo se arreglará.

La mujer asintió y dejó su fardo sobre el altar. Visto de cerca, éste tenía hermosas talladuras engarzadas en piedras de cuarzo y amatista, y recovecos cubiertos de oro y plata por todo el borde exterior. El hombre hizo lo mismo. La habitación entonces se iluminó por lo que parecían ser dos piedrecitas fluorescentes en la pared del fondo, dándole a todo un tono azulado. Ambos adultos se dispusieron entonces a preparar el ritual.

Los cánticos parecieron durar segundos y a la vez horas. La magia se obraba según sus propias leyes y al ser iniciada no importaban ni el tiempo ni el espacio. Ocurría de forma totalmente paralela, como si ya estuviese predestinada a ser. La voces del hombre y la mujer se unieron en tal resonancia que reverberó por la cueva. Debían darse prisa si no querían ser hallados.

Finalmente se abrió un portal bajo las niñas. Ambas empezaron a desaparecer a través de él, de forma lenta, pero en ese momento una fuerte explosión hizo volar las puertas de aquél lugar sagrado.

-¿Creían acaso que podrían huir de mi?

Un hombre encapuchado se acercó a toda velocidad a los dos adultos, con las manos extendidas. La capa era roja, con bordados negros escritos en Lenguaoculta. A duras penas se podía ver su rostro, pero sus ojos brillaban con un potente fulgor verde, carcomido por el poder. La mujer fue lanzada por los aires con un simple movimiento de muñeca, y el hombre se derrumbó de inmediato en el suelo, con los ojos en blanco por el terror.

-No se las llevarán. Las necesito para cumplir mi destino.

El encapuchado se adelantó hasta donde estaban las criaturas, aún en proceso de irse a través del portal, pero cuando iba a tomarlas una onda enorme de energía lo lanzó hacia atrás con fuerza, haciéndolo estrellarse contra los restos de las puertas que había destrozado.

-No lo permitiré… ¡No te pertenecen! -La mujer se levantó con dificultades y empezó otro cántico para acelerar el portal. Él se levantó y la observó con intensa furia antes de extender de nuevo su mano, lanzando una bola de fuego directo hasta su pecho, fulminándola.

Las niñas estaban a punto de desaparecer para siempre en quién sabía que otras dimensiones. Era su última oportunidad. Se concentró cerrando los ojos y una de ellas apareció en sus brazos, emanando un sutil resplandor por debido a los restos del hechizo. Cuando quiso hacer lo mismo con la otra, ésta se había esfumado.

-¡NO!¡Maldición! -estuvo a punto de perder los estribos, pero el súbito llanto de la pequeña que aún seguía con él lo obligó a calmarse. La meció un poco para callarla y miró hacia el interior de la habitación, asegurándose de que no había más restos de vida- No… Aún hay una oportunidad. Sólo debo esperar a que afloren y todo irá bien. Mierda, debí dejar viva a la mujer…

Se dio la vuelta, suspirando con cansancio, y caminó de regreso a la entrada de las catacumbas. La cueva quedó sumida en la oscuridad, dejando en el olvido dos víctimas más, un portal a punto de extinguirse y una luz azulada.